viernes, 18 de julio de 2008
De vuelta
Hoy al levantarme he tomado una ducha templada. Luego he podido pasar el día con mi familia, disfrutando de mis vacaciones. Nos hemos dedicado a organizar cosas de la casa: libros pendientes de colocar, papeles que ordenar... El calor apretaba y hemos encendido el aire acondicionado del salón. He podido jugar con mi hija, que no se separa de mí desde que he vuelto. Por la noche hemos salido a tomar algo con una amiga, hemos visto de lejos los fuegos artificiales de Isla Mágica y hasta hemos tomado un helado en la Alameda viendo no sé qué certamen de copla. También he hecho otras cosas menudas, como echar una cabezada en el sofá mientras la tele contaba sus historias, hablar por teléfono móvil con amigos, conectarme a internet sin necesidad de ir a un local pagando un precio prohibitivo para el sueldo de un profesor. Eso por no hablar del agua corriente a todas horas, de las calles asfaltadas o adoquinadas sin excepción, de los coches, o los autobuses.
Todo esto, que parece un elogio del aurea mediocritas (la dorada medianía de los antiguos) es la crónica de un día cualquiera de vacaciones. Y sin embargo, todo parece inusitadamente nuevo. La mayor parte de esta "normalidad" es imposible allá de donde vengo. Todas estas menudencias que he contado son un lujo al que la mayoría de los de allá no tienen acceso (a veces, ni jugar con los hijos, porque la familia ha tenido que partirse en dos pedazos emigrando, por ejemplo, a España).
Tengo sentimientos encontrados con todo esto. Estoy feliz por todo lo que he vivido y he podido compartir allá, y lo que me han enseñado por cómo viven su vida, por su alegría, su esperanza y su confianza en Dios. Estoy feliz por estar de nuevo con mi familia. Claro que también echo de menos muchas cosas de allí. Y también sé que -pese a los apretones de la hipoteca que sube cada año, de las letras que hay que ir pagando, o los apuros de todo tipo de la vida diaria- pertenezco al escaso número de los privilegiados. Aunque mi cuenta no tenga muchos ceros, pertenezco al mundo rico. A un mundo al que, globalmente, no le falta de nada, y tiene recursos tan de sobra que ahora empieza a preocuparse por ahorrar esos recursos, pero no por apretón de bolsillo, sino por miedo a que esos privilegiados recursos se le acaben algún día. A un mundo que se ha aupado sobre su reverso, el necesario tercer mundo que él mismo ha creado a base de quedarse con todos los recursos e inventar una sociedad del bienestar insostenible. Y como no queremos renunciar a nada de nuestro bienestar, nos conformamos con mandar las migajas allá. No es justo. Tranquilos, no voy a hacer ninguna tontería (¿pero sería una tontería?). No voy a renunciar a los privilegios que me corresponden (¿me corresponden?) por el "incuestionable" mérito de haber nacido de este lado de la raya. Pero al menos seguiré luchando en lo que está a mi alcance (mi trabajo cada día en la educación de adolescentes, el compromiso con este pequeño proyecto de la escuelita) para devolverles lo que es suyo, nunca tuvieron y nosotros sí gozamos, y para denunciar la injusticia radical sobre la que se asienta nuestra sociedad. Y lucharé por ir cambiando mis actitudes de rico, de consumidor cómodo e inconsciente. Al menos eso.
Con esto cierro, de momento, estos comentarios. Digo de momento porque seguro que irán saliendo nuevas cosas, otras vivencias que todavía no he tenido la oportunidad de compartir, nuevas inquietudes,... Creo que ha sido éste un buen lugar donde vernos y comentar tantas cosas. Os agradezco la compañía y los ánimos, y os aseguro que habéis estado allá conmigo, y que también algo de vosotros queda allá.
Por último, como en un viejo número de Les Luthiers, os hablaré de lo que "podéis adquirir en el puesto instalado en el hall del teatro..." No, no es eso: pero vengo lleno de proyectos para esta escuela que va creciendo, y que necesita también de vuestra ayuda y compromiso. Tendréis que aguantarme pidiendo que os comprometáis con una beca escolar (nos gusta más que lo de apadrinamiento) o con lo que organizaremos para obtener fondos para poder construir las nuevas aulas que necesitamos, o el cerco que impedirá que saqueen la escuela, o...
Seguiremos en contacto.
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lunes, 14 de julio de 2008
Cerros de pobreza
Ya he dejado la selva. Ahora estoy en Lima, en escala para el regreso (esta mañana Elena me ha dicho alto y claro por teléfono "Ven pacá" y ya no sé resistirme más). He tenido tiempo todavía de hacer una particular visita. He conocido por fin Manchay, una zona donde las hermanas compasionistas tienen una casita, donde trabajan en medio de los pobres, literalmente. Lima está rodeada por un cinturón de pobreza. Nada nuevo ¿no? Pero el cinturón impresiona, porque es tan grande como la propia Lima. Cerros y cerros terrosos e interminables donde se alzan casitas y casitas construidas por toda la gente que ha venido a la capital buscando una manera de sobrevivir, y que cada día ascienden y descienden entre el polvo para ir o volver de buscarse la vida en Lima. He estado con unas cuantas madres de familia que iban a buscar algo de ropa venida desde España (aquí es invierno y el frío castiga por esos cerros desabrigados). He conocido por ejemplo, a Marina, una muchacha que va con cinco hijos (la más pequeña a la espalda, con esa habilidad tan admirable de llevarla en una manta anudada) y un carrito viejo de bebé. En el carrito no lleva niño alguno, sino mazamorra de calabaza, que va vendiendo por ahí. Ha conseguido que su esposo, hombre, o lo que sea la deje ya en paz y no abuse más de ella, pero ahora está sola en mitad de esos cerros de devastación, ofreciendo su mercancía y tirando de sus cinco hijos. Y parece una más en un mar de pobres...Hoy ha conseguido vender toda su mercancía y se ha equipado de ropa para una buena temporada. Volverá contenta a su casa.
domingo, 13 de julio de 2008
Papito lindo...
No, no es Miguel Bosé, soy yo, que tengo menos barriga. Así me ha llamado una abuela al término de la asamblea de padres que hemos tenido hoy. Era una mujer arrugadita, vestida de la manera más humilde, que se ha acercado a mí me ha dicho: “Papito lindo, gracias por darles una oportunidad a nuestros niños”. Apenas he sabido balbucear unas palabras, diciéndole que era yo el que le daba las gracias por comprometerse así con sus niños.
Eran las ocho de la mañana de hoy domingo y empezaba la asamblea con abundante concurrencia. Se hace al aire libre, porque todavía no hay un sitio donde reunirse a cubierto (¡tenemos que conseguirlo!) Suerte que estas lluvias tropicales tan imprevistas no han aparecido hoy. Me admira la conciencia que tienen de su aportación a la educación de sus hijos. Abonan una matrícula anual de 50 soles (unos 12 €), que van pagando, la mayoría, según pueden. Luego, los niños almuerzan cada día en la escuela, gracias por un lado a la harina y a los frejoles que les da el ministerio. El gas para cocinar y el suplemento para que aquello sea verdaderamente alimenticio lo aporta Videsol. Me voy contento porque ahora al menos dos días a la semana podrán comer carne, con una aportación extra que pensamos hacer desde España. Pero lo más importante es que los padres también se sienten partícipes y se comprometen a pagar 5 soles (1,21 €) al mes, que van a esta alimentación. También las mamás se comprometen haciendo turnos para ir a cocinar cada día.
Por eso están orgullosos y comprometidos con su escuela. Saben que es una oportunidad para sus hijos, pero ellos son también los que están aportando lo que tienen para que el sueño se haga realidad. Por eso me ha emocionado la viejita, con su agradecimiento sencillo, pero –doy fe- nada servil, sino lleno de dignidad. La dignidad que esta pequeña escuelita ha ayudado a que redescubran y defiendan.
Eran las ocho de la mañana de hoy domingo y empezaba la asamblea con abundante concurrencia. Se hace al aire libre, porque todavía no hay un sitio donde reunirse a cubierto (¡tenemos que conseguirlo!) Suerte que estas lluvias tropicales tan imprevistas no han aparecido hoy. Me admira la conciencia que tienen de su aportación a la educación de sus hijos. Abonan una matrícula anual de 50 soles (unos 12 €), que van pagando, la mayoría, según pueden. Luego, los niños almuerzan cada día en la escuela, gracias por un lado a la harina y a los frejoles que les da el ministerio. El gas para cocinar y el suplemento para que aquello sea verdaderamente alimenticio lo aporta Videsol. Me voy contento porque ahora al menos dos días a la semana podrán comer carne, con una aportación extra que pensamos hacer desde España. Pero lo más importante es que los padres también se sienten partícipes y se comprometen a pagar 5 soles (1,21 €) al mes, que van a esta alimentación. También las mamás se comprometen haciendo turnos para ir a cocinar cada día.
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Por eso están orgullosos y comprometidos con su escuela. Saben que es una oportunidad para sus hijos, pero ellos son también los que están aportando lo que tienen para que el sueño se haga realidad. Por eso me ha emocionado la viejita, con su agradecimiento sencillo, pero –doy fe- nada servil, sino lleno de dignidad. La dignidad que esta pequeña escuelita ha ayudado a que redescubran y defiendan.
sábado, 12 de julio de 2008
Avanzamos, pese a todo
Hoy he visitado el pueblo de San Antonio de Cumbaza con nuestra amiga Dinah (cuyos apellidos, Cruz Campos, gustarán a muchos de ustedes), una entusiasta maestra de Ciencias en secundaria. Ella nos llevó a Eva y a mí hace cuatro años a dar un taller a los profesores de su centro sobre comprensión lectora y dinámicas para trabajar en clase. Nos encontramos con una escuela poco menos que abandonada a su suerte, y cayéndose a pedazos, donde un equipo de profesores se esforzaban cada día, a base de ingenio, por sacar de donde no había. Nos dieron entonces una lección con su espíritu ante la falta de recursos, y hasta de medios de formación.
Una de sus aulas presentaba, entonces, el penoso aspecto que arriba se ve. Hoy me llevaba Dinah a conocer cómo estaba ahora el colegio, y el panorama ha cambiado. Han construido nuevas aulas, y ahora tienen sala de computación con internet (bien es cierto que son 7 u 8 ordenadores), laboratorio y aulas que no se inundan cuando llueve. Todo esto con el esfuerzo de la APAFA (nuestras AMPAS) y un poquillo de aportación del Ministerio de Educación, que está empezando a aportar algo al mantenimiento de las escuelas. Claro que para esto tuvo que movilizarse todo el pueblo tras el último terremoto que había convertido la escuela en un peligro. Además, un nuevo puente colgante permite que ya no tengan que mandar a sus casas en cuanto empieza a llover a los alumnos que viven al otro lado del río (porque antes,cuando el río crecía con las lluvias los alumnos iban y volvían...nadando, y no es metáfora).
Como constancia de ello dejo aquí esta foto del aula de cómputo, algo así como el antes y después. Si os metéis en el álbum podréis ver, por ejemplo la biblioteca (nutrida para lo que aquí se ve), donde están, por ejemplo, los libros que pudimos mandar gracias a las donaciones de muchos de vosotros hace algún tiempo.
Luego, el director nos ha invitado a un vino (es el único pueblo de la zona con viñas, y hacen un vino la mar de curioso) y hemos estado charlando de la situación del pueblo. Salió el comentario de una alumna universitaria, y lo comentaban como una (esperanzadora) excepción. Acá no hay recursos como para que la gente sencilla pueda dejar de ser productiva durante todo el tiempo que supone prepararse. Luego, el director nos contaba los proyectos que se estaban planteando, para conectar la industria local del vino con la escuela, de manera que ofrecieran oportunidades de formación técnica a los alumnos, al tiempo que perspectivas de desarrollo.
No quiero dejar de reseñar un comentario de Dinah cuando el director hablaba un proyecto para el uso de abonos orgánicos en los viñedos de la zona. Nos explicaba ella algo en lo que intentaba concienciar a los alumnos: resulta que ahora, con el boom de la agricultura ecológica y el rechazo a los transgénicos, habían descubierto que podía ser negocio exportar este tipo de productos. El problema es que todos esos productos naturales iban hacia fuera, y ellos, los habitantes de esta zona privilegiada y natural, con la plata ganada, compraban...productos hechos con transgénicos, que su mercado de consumo no rechaza, porque son más baratos. Exportan calidad y se quedan con lo que los demás no quieren.
Una de sus aulas presentaba, entonces, el penoso aspecto que arriba se ve. Hoy me llevaba Dinah a conocer cómo estaba ahora el colegio, y el panorama ha cambiado. Han construido nuevas aulas, y ahora tienen sala de computación con internet (bien es cierto que son 7 u 8 ordenadores), laboratorio y aulas que no se inundan cuando llueve. Todo esto con el esfuerzo de la APAFA (nuestras AMPAS) y un poquillo de aportación del Ministerio de Educación, que está empezando a aportar algo al mantenimiento de las escuelas. Claro que para esto tuvo que movilizarse todo el pueblo tras el último terremoto que había convertido la escuela en un peligro. Además, un nuevo puente colgante permite que ya no tengan que mandar a sus casas en cuanto empieza a llover a los alumnos que viven al otro lado del río (porque antes,cuando el río crecía con las lluvias los alumnos iban y volvían...nadando, y no es metáfora).
Como constancia de ello dejo aquí esta foto del aula de cómputo, algo así como el antes y después. Si os metéis en el álbum podréis ver, por ejemplo la biblioteca (nutrida para lo que aquí se ve), donde están, por ejemplo, los libros que pudimos mandar gracias a las donaciones de muchos de vosotros hace algún tiempo.
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Luego, el director nos ha invitado a un vino (es el único pueblo de la zona con viñas, y hacen un vino la mar de curioso) y hemos estado charlando de la situación del pueblo. Salió el comentario de una alumna universitaria, y lo comentaban como una (esperanzadora) excepción. Acá no hay recursos como para que la gente sencilla pueda dejar de ser productiva durante todo el tiempo que supone prepararse. Luego, el director nos contaba los proyectos que se estaban planteando, para conectar la industria local del vino con la escuela, de manera que ofrecieran oportunidades de formación técnica a los alumnos, al tiempo que perspectivas de desarrollo.
No quiero dejar de reseñar un comentario de Dinah cuando el director hablaba un proyecto para el uso de abonos orgánicos en los viñedos de la zona. Nos explicaba ella algo en lo que intentaba concienciar a los alumnos: resulta que ahora, con el boom de la agricultura ecológica y el rechazo a los transgénicos, habían descubierto que podía ser negocio exportar este tipo de productos. El problema es que todos esos productos naturales iban hacia fuera, y ellos, los habitantes de esta zona privilegiada y natural, con la plata ganada, compraban...productos hechos con transgénicos, que su mercado de consumo no rechaza, porque son más baratos. Exportan calidad y se quedan con lo que los demás no quieren.
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viernes, 11 de julio de 2008
Transporte escolar
Hoy hemos tenido repetición de la jornada de ayer, pero con los de 5º grado. Sólo que esta vez me he quedado hasta el final, y he participado de la ilusión del baño (no han salido de la piscina en tres horas) y del jolgorio del regreso (a la ida fui en moto: sin casco, por supuesto, amigo Angelito) . Hoy han caído algunos abrazos menos (se van haciendo mayores, y ya son más formalitos), pero sí preguntas sobre España e imitaciones de cómo hablamos "lozezpañolez" (nos imitan poniendo zetas en todas partes y ahuecando la voz).
Decía arriba que a la ida fui sin casco, y recelando, debo confesarlo. Pues a la vuelta...se me rompieron todos los esquemas. Les presento el transporte escolar a que ayer me refería. Había oído hablar de que era el camión del padre de un alumno, que por eso se había conseguido a tan buen precio. Pero pensé que la palabra camión era una manera de hablar, como en Sevilla se llama todavía camioneta a los autobuses.
Cuando lo vi, me acordé de las horas de discusión en las reuniones de los scouts sobre la seguridad de los autobuses que contratábamos, de los cinturones de seguridad obligatorios ahora en el transporte escolar, de "¡niño, siéntate que nos van a multar!", de la silla del grupo nosecuantos de mi hija. Así que ahí me metí, con los niños felices y gritones, todavía descalzos tras el remojo, agachándome cuando veía alguna rama, y dando botes de un lado a otro cuando ya estábamos llegando al colegio, por esa pista de tierra llena de agujeros. No ha sido nada que no supiera ni estuviera harto de ver todos estos días, pero todavía no lo había visto con niños.
No me interpretéis mal: entiendo que aquí es algo absolutamente normal y natural, y es muy importante no romper con lo que viven cada día (el otro día vi a una madre de paquete en una moto, que le iba dando de mamar a su bebé), y nadie lo vive como un problema pero yo, gringo, tengo que pensar necesariamente: ¿valen menos sus vidas?
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Decía arriba que a la ida fui sin casco, y recelando, debo confesarlo. Pues a la vuelta...se me rompieron todos los esquemas. Les presento el transporte escolar a que ayer me refería. Había oído hablar de que era el camión del padre de un alumno, que por eso se había conseguido a tan buen precio. Pero pensé que la palabra camión era una manera de hablar, como en Sevilla se llama todavía camioneta a los autobuses.
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Cuando lo vi, me acordé de las horas de discusión en las reuniones de los scouts sobre la seguridad de los autobuses que contratábamos, de los cinturones de seguridad obligatorios ahora en el transporte escolar, de "¡niño, siéntate que nos van a multar!", de la silla del grupo nosecuantos de mi hija. Así que ahí me metí, con los niños felices y gritones, todavía descalzos tras el remojo, agachándome cuando veía alguna rama, y dando botes de un lado a otro cuando ya estábamos llegando al colegio, por esa pista de tierra llena de agujeros. No ha sido nada que no supiera ni estuviera harto de ver todos estos días, pero todavía no lo había visto con niños.
No me interpretéis mal: entiendo que aquí es algo absolutamente normal y natural, y es muy importante no romper con lo que viven cada día (el otro día vi a una madre de paquete en una moto, que le iba dando de mamar a su bebé), y nadie lo vive como un problema pero yo, gringo, tengo que pensar necesariamente: ¿valen menos sus vidas?
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jueves, 10 de julio de 2008
Macedonia tropical
Hoy hemos tenido una jornada con los niños de cuarto. El tema era "Jesús es nuestro amigo", y ellos lo tienen muy claro.Cuando uno les pregunta cómo están, responden todos a una, a gritos: "Ben-de-ci-dos, pro-te-gi-dos por Je-sús", con sus correspondientes gestos. Ha sido en el mismo recreo en el que estuvimos trabajando con los profesores. Habían contratado el transporte, que le salía a cada niño por dos soles (equivale a 50 cts. de euro). La comida, como cada día, a cargo del colegio. Una profesora me comentaba comiendo cómo un niño le había dicho ayer que no podía ir "¿No puedes pagarlo?" "No, profesora, estamos pasando un mal momento en casa". La profesora, por supuesto, le dice que no se preocupe, que acuda de todas formas. Esta mañana el niño llega loco de alegría a pagar su pasaje, contándole a la profesora que su mamá pudo vender unos plátanos...
En los descansos, o luego al terminar, continuamente se me acercan. Suelen hacer dos cosas: o abrazarme sin más, sonriendo en silencio, con esos abrazos dulces que le derriten a uno (¡cómo me acuerdo entonces de los de mi niña, por Dios!) o preguntarme cosas sobre España ¿Vivo en una casa? ¿Ah, en un piso? ¿tengo ascensor? ¿y las casas tienen muchos pisos? Creo que ya he contado que se ríen mucho con las cosas de España, como que ahora estén de vacaciones, o que sea de día a las 10 de la noche. Yo les hablo de todo lo que tienen acá y no hay en España: la vegetación llena de esos colores, el inguiri que estamos comiendo esas frutas deliciosas que se comen por acá,...
Luego, en la tarde, viajo a Picota, un pueblo a 55 kilómetros de aquí, donde vive una pequeña comunidad de hermanas que tanto nos sirvió como referencia y ejemplo de compromiso con los más pobres cuando estuvimos aquí. Entonces se tardaban dos o tres horas en llegar, usando un colectivo (un auto que se paga entre varios). Ahora me habían contado que hay carretera nueva, y que apenas se tarda una hora. Efectivamente las cosas van progresando. Claro que en el auto de ida sigue sin funcionar el indicador de velocidad, y a mitad de camino descubro que la carretera no está entera asfaltada. Además, en algunos tramos enormes pedruscos desprendidos cortan el paso en cualquier parte. Claro que eso no es problema para el conductor, que usa el claxon como elemento esencial de su conducción, adelantando en cambios de rasante y lanzándose por zonas en obras como si estuviera en un rally (y dejo esta parte, que hago sufrir sin necesidad por lo que aquí es lo cotidiano). A la vuelta (no hubo suerte: las hermanas tuvieron que salir ¡hacia Tarapoto! por un problema médico, así que me las crucé por el camino) el impresionante río Huallaga me regala con el primer arcoiris completo (y cuando digo completo digo completo, como en los dibujitos) que he visto en mi vida.
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En los descansos, o luego al terminar, continuamente se me acercan. Suelen hacer dos cosas: o abrazarme sin más, sonriendo en silencio, con esos abrazos dulces que le derriten a uno (¡cómo me acuerdo entonces de los de mi niña, por Dios!) o preguntarme cosas sobre España ¿Vivo en una casa? ¿Ah, en un piso? ¿tengo ascensor? ¿y las casas tienen muchos pisos? Creo que ya he contado que se ríen mucho con las cosas de España, como que ahora estén de vacaciones, o que sea de día a las 10 de la noche. Yo les hablo de todo lo que tienen acá y no hay en España: la vegetación llena de esos colores, el inguiri que estamos comiendo esas frutas deliciosas que se comen por acá,...
Luego, en la tarde, viajo a Picota, un pueblo a 55 kilómetros de aquí, donde vive una pequeña comunidad de hermanas que tanto nos sirvió como referencia y ejemplo de compromiso con los más pobres cuando estuvimos aquí. Entonces se tardaban dos o tres horas en llegar, usando un colectivo (un auto que se paga entre varios). Ahora me habían contado que hay carretera nueva, y que apenas se tarda una hora. Efectivamente las cosas van progresando. Claro que en el auto de ida sigue sin funcionar el indicador de velocidad, y a mitad de camino descubro que la carretera no está entera asfaltada. Además, en algunos tramos enormes pedruscos desprendidos cortan el paso en cualquier parte. Claro que eso no es problema para el conductor, que usa el claxon como elemento esencial de su conducción, adelantando en cambios de rasante y lanzándose por zonas en obras como si estuviera en un rally (y dejo esta parte, que hago sufrir sin necesidad por lo que aquí es lo cotidiano). A la vuelta (no hubo suerte: las hermanas tuvieron que salir ¡hacia Tarapoto! por un problema médico, así que me las crucé por el camino) el impresionante río Huallaga me regala con el primer arcoiris completo (y cuando digo completo digo completo, como en los dibujitos) que he visto en mi vida.
martes, 8 de julio de 2008
¿Qué fue de Katia Rubith?
Llego esta mañana a la escuelita. Es el primer día que puedo acudir a verla funcionando en turno de mañana, y nada más llegar me salen a recibir dos alumnas, dos niñas que vienen a saludar "al gringo". Una de ellas viene con toda la boca azul de una chuchería que está tomando. Nada más verla poco menos que le grito "¡Tú eres Katia Rubith!". La niña, paralizada del susto, me contesta que sí. Intento ahora explicarme: "¿No te acuerdas de mí? Yo estuve aquí hace cuatro años, con mi esposa Eva, que era tan blanquita y con pequitas ¿No te acuerdas que fuimos de paseo?" [un paseo es una excursión]. La niña sigue negando con la cabeza, pero yo no he podido evitar emocionarme ¿verdad, Eva, que te está pasando ahora a ti lo mismo?
Katia Rubith era una niña gordita que era feliz comiendo. Todavía recuerdo nada más llegar al lugar de la excursión (paseo, que hay que ir aprendiendo ya el léxico selvático) sacó su fiambrerita y se puso a comer el arroz que llevaba olvidándose de todo lo demás. Eva y yo la habíamos tomado como un símbolo de los niños de la escuela, y apareció en las proyecciones de fotos que hicimos para contar una historia concreta. Vivía con su madre en una casita hecha de lata muy cerca del colegio. Era una niña feliz, regordeta y asilvestrada, lo más alejado de la imagen del "pobre niño pobre". Hoy me cuentan que vive en una casa mejor (no sé cómo traducir esto: he visto alguna de las casas mejores que hoy adornan la zona de asentamientos. Sigue sin haber luz ni agua por lo general, pero hay adobe donde antes había lata, o ladrillo donde antes adobe).
Hoy Katia es una niña de 5° grado, seriota y formalita, con el mismo brillo en los ojos. Está aprendiendo cosas, y tiene los modales dulces de los niños de por aquí. Y seguirá creciendo y educándose, quizás mejorando algo su situación. Quizás tenga ella oportunidades que su madre no tuvo ni soñaba para ella. Ahora sé que había vuelto para encontrarla, y aquí está, recordándome la necesidad de un proyecto como éste.
Más tarde, es esta vez un niño quien me lanza un grito. No lo reconozco hasta que él se presenta: es Christian, que era entonces una especie de terrible rebelde adolescente de cuatro años, repartidor de unos puñetazos de los que todavía me acuerdo, y que agradecía con un silencio huraño que se le prestara atención siquiera para reñirle; luego se dejaba acariciar el pelo como simulando que no se daba cuenta. Ahora anda un poco menos montaraz, aunque sigue travieso y vivo como él solo. Está algo más alto, aunque sigue siendo menudito para su edad. Recuerdo que decían que era probable que no siguiera en la escuela, porque apenas se ocupaban de él en casa. Hoy sigue aquí, y es un triunfo.
Por todas las Kathia y todos los Christian seguiremos luchando por que esto siga en pie y creciendo.
Katia Rubith era una niña gordita que era feliz comiendo. Todavía recuerdo nada más llegar al lugar de la excursión (paseo, que hay que ir aprendiendo ya el léxico selvático) sacó su fiambrerita y se puso a comer el arroz que llevaba olvidándose de todo lo demás. Eva y yo la habíamos tomado como un símbolo de los niños de la escuela, y apareció en las proyecciones de fotos que hicimos para contar una historia concreta. Vivía con su madre en una casita hecha de lata muy cerca del colegio. Era una niña feliz, regordeta y asilvestrada, lo más alejado de la imagen del "pobre niño pobre". Hoy me cuentan que vive en una casa mejor (no sé cómo traducir esto: he visto alguna de las casas mejores que hoy adornan la zona de asentamientos. Sigue sin haber luz ni agua por lo general, pero hay adobe donde antes había lata, o ladrillo donde antes adobe).
Hoy Katia es una niña de 5° grado, seriota y formalita, con el mismo brillo en los ojos. Está aprendiendo cosas, y tiene los modales dulces de los niños de por aquí. Y seguirá creciendo y educándose, quizás mejorando algo su situación. Quizás tenga ella oportunidades que su madre no tuvo ni soñaba para ella. Ahora sé que había vuelto para encontrarla, y aquí está, recordándome la necesidad de un proyecto como éste.
Más tarde, es esta vez un niño quien me lanza un grito. No lo reconozco hasta que él se presenta: es Christian, que era entonces una especie de terrible rebelde adolescente de cuatro años, repartidor de unos puñetazos de los que todavía me acuerdo, y que agradecía con un silencio huraño que se le prestara atención siquiera para reñirle; luego se dejaba acariciar el pelo como simulando que no se daba cuenta. Ahora anda un poco menos montaraz, aunque sigue travieso y vivo como él solo. Está algo más alto, aunque sigue siendo menudito para su edad. Recuerdo que decían que era probable que no siguiera en la escuela, porque apenas se ocupaban de él en casa. Hoy sigue aquí, y es un triunfo.
Por todas las Kathia y todos los Christian seguiremos luchando por que esto siga en pie y creciendo.
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